Desde las cavernas hasta la capillas renacentistas, el arte nunca ha sido un mero adorno. Es el lenguaje original del espíritu, el intento más profundo de la humanidad por dialogar con lo invisible, lo arquetípico y lo trascendente.
Si rastreamos las obras humanas más antiguas, descubrimos que la función inicial del arte es intrínsecamente mística y visionaria. Las figuras rupestres no son solo animales: son plegarias, son augurios de caza, son la mediación entre el mundo físico y el reino de la necesidad.
La fascinación de todo ilustrador y simbologista reside precisamente en ese trazado invisible que une el acto creativo con las artes de la adivinación. Ambos son sistemas visuales diseñados para un mismo propósito: revelar lo oculto y proyectar la conciencia hacia un futuro potencial, o sencillamente hacia una verdad interior.
El arte, en su punto más esencial, es la materialización de un símbolo, y el símbolo es el puente entre la conciencia y el inconsciente colectivo. Las disciplinas adivinatorias son, en esencia, obras de arte portátiles. No importa si hablamos de la sencillez geométrica de las Runas Futhark o de la riqueza alegórica del Tarot de Marsella, cada pieza es un microcosmos que contiene una verdad universal.
Las Runas, como alfabeto de los antiguos pueblos germánicos y nórdicos, no eran solo letras; eran fuerzas cósmicas y arquetípicas. Su diseño minimalista, casi abstracto, era profundamente significativo:
La creación de una runa (o un bindrune, la unión armónica de varias) es un acto de diseño simbólico que busca enlazar energías para un propósito específico. Esto crea un paralelismo artístico con el diseño abstracto y el arte talismánico, donde la forma y la línea pura deben contener el máximo significado (similar al arte abstracto de Kandinsky, quien veía el color como un medio para un plano espiritual).
Cada runa representa un elemento de la naturaleza o del destino humano (como Fehu: riqueza móvil, o Thurisaz: la fuerza del gigante). Al ser grabadas en madera o piedra, el artista/vidente está creando un objeto de poder que canaliza y hace visible una energía para su interpretación, dotándola así de su función visionaria.
Si las runas son la síntesis de la fuerza, el Tarot es la obra maestra de la alegoría humana. La baraja de 78 cartas es una galería completa de mitos, psicología y filosofía.
Los 22 Arcanos Mayores son un "Viaje del Héroe" ilustrado, que consiste en una interpretación simbólica de la secuencia de los arcanos mayores como un camino de autodescubrimiento y transformación personal, donde El Loco inicia la jornada y El Mundo la culmina (narrativa popularizada por Joseph Campbell).
El Loco, el Mago, la Sacerdotisa o La Muerte, no son solo cartas, son Arquetipos Junguianos expresados con colores, composiciones y poses dramáticas. Para Carl Jung, el Tarot no era solo un método de adivinación, sino también una herramienta para la exploración psicológica.
Y no solo se trata de la narrativa; ya que un mazo de Tarot se puede interpretar como una lección de Arte en cuanto a la composición de las ilustraciones o los colores.
No es casual la forma de representar al Mago, con una disposición específica de los cuatro elementos, o la composición visual de líneas diagonales y colores de choque para impactar al observador de la Torre, como una pintura simbolista de Gustave Moreau.
Así, el ilustrador del Tarot se convierte en un arquitecto de la psique. Su trabajo no es solo embellecer, sino crear imágenes lo suficientemente ricas y ambiguas como para que la mente inconsciente del consultante pueda proyectarse e interpretar el mensaje. El tarot es, en sí mismo, una obra de arte que se reorganiza para reflejar el estado del alma.
En la raíz de todo esto está la convicción de que la forma artística tiene poder cognitivo y transformador. El artista, al igual que el vidente, trabaja con la sinestesia y la sugestión. El simbolismo como movimiento artístico (finales del s. XIX), repudiaba el realismo y buscaba precisamente esto: la expresión de la vida interior, del sueño, de los mitos y lo sobrenatural a través de la forma y el color. Utilizaban el arte para buscar verdades universales, un objetivo idéntico al de cualquier práctica adivinatoria.
Una simbología compartida presente en la Rueda de la Fortuna del Tarot, en el círculo rúnico o en el mandala tibetano, que reflejan el ciclo, el destino y la totalidad en el uso de los colores o los números. Sin ir más lejos, la secuencia numérica del Tarot es una estructura oculta que refleja la evolución espiritual y se conecta con la numerología pitagórica.
Por lo tanto, la belleza del arte de la adivinación no es solo estética, es funcional: nos obliga a mirar hacia adentro.
"Quien mira hacia afuera sueña; quien mira hacia adentro despierta", y sin duda el arte es el vehículo más antiguo y confiable para este despertar visionario.